Sunday, November 20, 2011

Sabores Sutiles

Pasé un año y medio trabajando en mi tesis. Para los que conocen la carrera, la arquitectura (o mejor dicho el proceso de crear arquitectura como muchos otros procesos de creación bajo presión) es intenso y está cargado -creo yo- de mucho drama. En general, la vida no está - pero la cargamos de mucho drama. Nos gustan las montañas rusas, los sube-y-baja, las risas fuertes, las lágrimas a chorros, los apretones de manos y los abrazos con palmadas en la espalda. Nos gustan los sabores intensos, los pasos firmes, los saltos grandes, las caídas dolorosas. Nos gusta el amor y el odio, los extremos, los blancos y los negros. Hay una tendencia en nosotros -disculpen su generalizo- en buscar motos y dejar de lado las hamacas, en treparnos a un carro y olvidar las mecedoras. Nos gustan esas emociones que nos zamaquean, porque alguna película, libro o telenovela nos enseñó que eso es vivir.

"Disfruta el momento. Nadie te quita lo bailado. Arriesga. Entrégalo todo. Corre hasta el último segundo. GOL. Come hasta reventar. Qué importa la resaca de mañana. Una yapita por favor. Te amo. Te odio. Siempre te recordaré. Nunca te voy a perdonar. Si se puede...."

No le quito valor a ninguna de las frases de arriba. Sólo creo que existe una sobredosis de emoción en nuestro planeta.

Siempre buscamos treparnos a un péndulo para saltar de un extremo a otro. Y mientras más estás en el extremo bonito, más rápido pasas al otro. Movimiento constante. Como un charco. Una piedrita puede generar en el agua un sunami. Nos olvidamos que toda emoción es un pensamiento, y como tal, es volátil, cambiante, no tiene raíces, se va volando.

He comenzado a valorar los grises, los puntos medios. The middle path. La palabra SUTIL me tiene fascinada. Por su elegancia, por su humildad, por su silencio y mientras más la pienso y más la escucho, más real me parece dentro de tantas palabras, tantos discursos, tantas opiniones y tanto floro. Lo sutil, es mucho más real que lo extremo. Cada vez me impresionan menos las personas y circunstancias que están hechas para abrir los ojos. El wow. La sorpresa que sale de la torta. El gran final. El ramo gigantesco de flores.

Cada vez, valoro más una sola flor, una mirada un tanto tímida, una situación un tanto incómoda, una música ni muy suave ni muy fuerte, un día con un poco de sol y un poco de nubes, un almuerzo son el sabor justo, sin mucho condimento pero con gotas de limón, una amistad que se construye con el tiempo.

Lo real se mueve en el espectro de lo sutil y en un mundo ligeramente imperceptible. Sólo basta con mirar el mar, el cielo o una montaña. Inmensidades que nunca opacan, sonidos que nunca aturden, silencios que dicen algo de manera suave. Un árbol está en constante movimiento, pero crece de manera tan sútil, que sólo lo notamos con el paso de los años. Las nubes siempre están viajando, pero para verlo, nuestros ojos tienen que parar un rato en el cielo. Y ejemplos como esos, hay miles. Sólo basta con mirar cualquier cosa que no sea construída por el hombre. Una piedra tiene una carga de silencio que no se puede ver en un ladrillo.

Pero las personas lo queremos todo rápido. Lo vivimos todo rápido. Podemos cambiar una sonrisa por una cara larga en una milésima se segundo. Los lunes comienzan muchas vidas nuevas que mueren los martes. Muchas veces somos extranjeros en nuestro propio cuerpo. No nos sentimos lo suficientemente cómodos como para estar y tenemos que estarnos moviendo todo el tiempo. Siempre sacamos la cámara para tomar fotos. Nos sentamos, nos paramos, corremos, saltamos. Nos cuesta estar, ser, observar.

Todo esto podrá sonar tanto incomprensible tal vez, pero no veo otra manera de explicar la belleza de lo sutil porque es un estado que carga mucho misterio. No se puede ver en un segundo. Requiere parar y abrir los ojos, o cerrarlos para escuchar, saborear, respirar. Pero hay muchas sutilezas que componen la vida y que han sido reemplazadas por pensamientos envueltos en papel de regalo.

Hablo de la vida real y no la de sueños y expectativas y promesas. La vida es bonita por su simpleza.

No sé en qué momento decidimos cambiar su naturaleza y llenarla de serpentinas, cuentas y luces de navidad. No sé en qué momento nos dijeron que el corazón debe latir rápido. No sé en qué momento comenzamos a idolatrar la adrenalina. No sé, en qué momento, dejamos de mirar el mar. Pero siempre se puede parar a ver el mar. Una ventaja de la ciudad de Lima.