Tuesday, June 12, 2012

El paradigma de romper paradigmas

A veces hay cosas que no sabemos que sabemos hasta que algo, una imagen, un momento, nos revela un conocimiento interior. A mí me pasó eso hoy con una flor. Se le llama chabelita.

De lejos, siempre había visto estas flores como fuertes porque crecen en todos lados. Andan en grupo aglomeradas en macetas o arbustos. Nunca había tratado de arrancar una. Le pedí disculpas a una, a la que estaba junto a ella y a otra más allá y fui armando un ramito de flores recursero para la casa.

Me sorprendió darme cuenta que para cada flor habían muchas hojas - demasiadas hojas. Sólo de cerca uno se da cuenta de la fragilidad de la flor que cuelga de un tallito delgadísimo acompañado de muchas hojas.

El brote de algo bonito está acompañado de mucho trabajo, de buenos cimientos, de un proceso que en algún momento, algún día, algún año o alguna vida da frutos o flores. ¿Adónde está la relación entre una flor y un paradigma?

En palabras simples, para mí, un paradigma es una idea construida y preconcebida de cómo deberían ser las cosas. Es un molde que quiere ser llenado. Es expectativa -muchas veces hererada, otras veces construida- que queremos convertir en realidad. No me opongo a los paradigmas, pero creo que las letritas que dicen ¿por qué? en la última página del manual (porque hay manuales para ser un buen profesional, un buen padre, un buen hijo, una buena pareja, un profesional exitoso... etc) nuestra sociedad las ha borrado. 

Y dentro de tantos paradigmas, existe el famoso y muy de moda paradigma de romper paradigmas: lo dejas todo para irte al Tibet, renuncias a tu trabajo tirando la puerta al salir, sales del closet o decides mudarte a otro país repentinamente... pero esos cambios son sólo el primer paso para romper un paradigma. Si un paradigma crece adentro nuestro en el tiempo, con las conversaciones, con la cultura y la influencia de nuestro entorno no puede desaparecer tan rápido. Romperlo es un trabajo de arqueólogo, hormiga, ciego y sordo porque siempre regresa la duda a pisarnos los talones y cuestionar si realmente queríamos ir al Tibet, si la chamba era tan mala o si el lugar dónde estaba antes era tan malo.

Y comienza la destrucción del paradigma y la construcción de una identidad propia, única, irreplicable. Un producto del que sólo nosotros poseemos los derechos de autor. Que nadie más puede comprender del todo porque el barco se va armando mientras lo navegamos por olas grandes, chiquitas, lagos y charcos hasta llegar a la tina de nuestra cada en donde nos bañábamos cuando éramos niños. Los paradigmas nos envejecen. Madurar es regresar a nuestra esencia de niños.

Paradigma y dogma tienen sonidos parecidos. El paradigma está cargado de imágenes que hemos ido colgando en la pared de nuestro corazón y nuestra imaginación. Sacar esos cuadros a veces puede ser doloroso. Pero luego aparece la pared blanca y limpia.... y sonríes. Detrás de un paradigma que elegimos importar hay anhelos y deseos propios que no queremos dejar del todo. Por eso, rechazarlo por completo resulta también una opción fácil.

Aceptar al 100% es lo mismo que descartar al 100%. Ambas opciones son absolutas. Lo fascinante de los seres humanos es su individualidad, sus incoherencias, sus relativos, y todo aquello que los hace personas de carne y hueso reales y no encajonados como estatuas para ser colgados en alguna pared de retratos importantes. Realmente creo que los mejores retratistas del mundo son los niños. Ellos sí que reflejan lo que somos más allá de nuestros huesos, piel y pies.

 Uno no rompe un paradigma... lo va dejando atrás. Y mientras más vivimos creyendo en un paradigma o en una imagen construida de quiénes debemos ser, más frágil es el nuevo camino que seguimos lejos de él. Como el tallo de esa flor que fácilmente se desprende si no se le trata con cuidado. Una verdad profunda que descubrimos en nosotros es algo que tenemos que proteger con muchas fuerzas de vientos y opiniones externas que hablan desde sus propios paradigmas. Muchas veces, la luz de una vela necesita que la tapemos con las manos.

Creo que ayuda comprender que lo que hacemos no es lo que nos define. Nosotros ya estamos definidos desde que pusimos un pie en el mundo como seres perfectos y llenos de potencial. Lo que hacemos o dejamos de hacer es tan sólo aprendizaje. Nuestros logros y nuestros errores son el mismo tipo de aprendizaje que no nos da ni nos quita valor agregado, porque no hay nada dentro nuestro que falte o que sobre. Todo está ahí y lo ha estado siempre. Llegamos a este mundo libres y estamos hechos para ser libres.

¿Y qué paso con la chabelita? Ya ni sé, pero de todas formas, le doy las gracias por haber aparecido en mi martes.