Saturday, June 25, 2011

caja de respuestas

Este post le sigue al anterior. Lo analiza.

Fue un monólogo que me sacudió las ganas de tirar la toalla. De tirarme de una montaña rusa en la que llevo subida ya unos meses.

En realidad, somos nuestra propia caja de respuestas. Buscamos opiniones una y otra vez. En realidad, el 80% de las veces sólo queremos encontrar a alguien que nos confirme que estamos en lo cierto.

Uno lo ve clarísimo en una clase de yoga. Por 90 minutos, no tienes idea de lo que sucede fuera de tu mat. En 90 minutos, nada cambia afuera, y todo cambia adentro. Nuestro poder de sanar, de responder, de confiar y de amar lo llevamos adentro. Es cuestión de encontrar las llaves que permiten abrir la caja en donde prima el equilibrio y las buenas decisiones.

Hay una caja dentro nuestro, ubicada probablemente en algún punto entre el pecho y la garganta que lleva una etiqueta que dice libertad. Cuando uno logra abrir la caja, ésta desaparece y un polvillo fino se posa sobre nuestra sonrisa. Nosotros somos nuestra propia llave.

montaña rusa

No creo haber escuchado nunca de una persona que se tiró de una montaña rusa porque no le gustaba, porque los asientos estaban incómodos, porque el sonido del crujir de la madera lo asustaba mucho, o porque tenía náuseas. Es evidente por qué uno no se sale: porque no puede. Primero, miras la montaña desde afuera (No soy fanática de las montañas rusas y la adrenalina con los pies fuera del suelo, así que ésta es la manera en que yo enfrento una montaña rusa). Como dije, la miras desde afuera. Si es de las grandes, tal vez pases por ahí una y otra vez buscando la excusa de que hay mucha cola y regresarás más tarde. De repente pasas y ya no hay más cola. Sabes que la vas a disfrutar. Sabes que te da miedo. Un dilema entre la responsabilidad y la vanidad, entre el que chu y el por qué no. Decides hacer la cola. Mientras avanzas, buscas las caras de los que salen. Ves un grupo salir y luego llegar despeinado. Escuchas el recorrido de los carritos. Escuchas los gritos. Escuchas tu corazón. La adrenalina toca la puerta. Siempre puedes salirte de la cola. Pero no lo haces. Por verguenza, por orgullo, o porque realmente te mueres de ganas de subirte, no lo haces. Llegó tu turno. Te sientas y amarras el cinturón de seguridad. Se cierran los seguros y parte la fila de carritos. No estás solo. Hay varios que viajan contigo. Varios que viven lo mismo. Muchos espectadores que te observan desde afuera como una cabecita que sigue un recorrido de velocidad, altura y juego. Al final, TODO es un juego.

La decisión que te lleva a subir va de la mano con la decisión de llegar al final. EL boleto es de ida y de regreso incorporado. Es cuestión de aprender a dejarte llevar y saber que no puedes controlarlo todo. En realidad, no puedes controlar casi nada. Tal vez el lugar donde pones las manos o cuánto gritas. Pero nada mas. Una decisiòn inicial tuya es la que te da el momento y la que te lleva a lo largo del recorrido.

Hay procesos que son así. Parten con una decisión. Son montañas rusas de ideas, promesas y sueños. Por supuesto que hay procesos que es necesario interrumpir. No hablo hoy de esos.

Hablo de los procesos que sabes que quieres atravesar. De esa meta a la que quieres llegar porque es lo que corresponde y porque es lo que tu corazón realmente quiere. El problema es en querer cuestionar el camino todo el tiempo. En contemplar la idea de tirarte de la montaña rusa. Es no ceder a la fuerza de la adrenalina y de los momentos rápidos y lentos. La montaña rusa lo tiene todo. Lo fácil y lo difícil, los llenos y los vacíos, las subidas y las bajadas, los momentos de grupo y los solitarios. Pero sobre todo, tiene un final. Un final que conoces desde el principio. Son esos procesos tipo montaña rusa que debemos aprender a valorar. Son puro aprendizaje y antes de lo que uno se da cuenta, ya vas camino a la puerta de salida para ver desde abajo otra persona que ocupó tu lugar. Cuando la vez, te das cuenta es es un punto dentro de un sistema. Un punto que experimenta un proceso que ya está ahí. Que ya existe. Un proceso que te alberga y te acoge para enseñarte que eres mucho más fuerte de lo que crees.

Tuesday, June 14, 2011

caminos

Hace tiempo que no escribía... (no en el teclado, siempre con la mente y hasta incluso a veces con los dedos sobre el aire). Hoy una amiga llegó con una libreta en blanco como quien le tira un flotador a alguien que está en el agua. Felizmente, no me estoy ahogando, pero llevo flotando semanas de semanas entre ideas y pensamientos que me gustaría compartir hoy en nombre de esa amiga salvavidas.

Por mucho tiempo he dicho que en el yoga -y por lo tanto, en la vida, porque al final lo que uno practica en una secuencia de posturas no es otra cosa que aprender a fluir con gracia de situación en situación, de incomodidad en incomodidad, de reto en reto, hasta el punto que realmente se disfruta el viaje con sus complicaciones y bajadas de llanta- ... decía que por mucho tiemo he dicho que en el yoga, uno avanza dando dos pasos para atrás y tres para adelante. Cuando hay algo que corregir, es necesario retroceder, y comenzar de nuevo.

Retiro lo dicho. Creo que me equivoqué. En el yoga -y por lo tanto, en la vida- uno nunca retrocede. ¿Si el tiempo no retrocede, cómo podríamos hacerlo nosotros?

Siempre vamos para adelante porque nuestros ojos siempre van para adelante, incluso cuando caminamos hacia atrás. Todos los caminos son movimiento y por lo tanto, avanzan. Regresar por un camino antiguo no es más que volver a caminar. Al final, ¿no son eso nuestros días? Salimos de casa, vamos al trabajo, o a la bodega, o a la clase de no se qué, a la lavandería, a visitar a algún amigo, y siempre regresamos a ese espacio debajo de nuestras sábanas. Nuestra oreja regresa a su almohada, nuestros párpados vuelven a cubrir las pupilas y nuestros pies descansan. Suena la alarma, o nos grita la luz del día por la ventana, y volvemos a recorrer el mismo camino. Siempre con variaciones, pero somos seres de rutinas, de patrones, de caminos en forma de espiral.

Siempre hay impulsos que nos toman a salir de nuestras propias convenciones. SAS¡ damos un salto y PLOP caemos en otro lado. El péndulo se mueve de un extremo a otro. Crece nuestra conciencia. Abrimos los ojos. Los pulmones se ensanchan. Rompemos la rutina. Gritamos cambio.

Pero el proceso no termina ahí. Ese es sólo el inicio. Luego de un tiempo, el péndulo intenta regresar a su inicio, por cuestiones de gravedad, pasa por el centro, llega, y cuando está ahí, nuevamente pide cambio. Y desde el cambio, pide regresar, y pasa de nuevo por el centro. Al comienzo, la estadía en los extremos es más larga, y el paso por el centro, más corto. Pero poco a poco las velocidades van cambiando.

Al final, el péndulo nunca llega a estar exactamente ni en el mismo lugar desde donde comenzó ni hacia dónde salto. Sin embargo, SIEMPRE PASA POR EL CENTRO y por cuestiones de física, eventualmente termina en el centro, estático, tranquilo, en paz.

Nuestras vidas y los caminos que recorremos son péndulos. Los cambios demoran más de lo que creemos, pero si le ponemos fe y paciencia, nuestro impulso inicial nos lleva de vuelta a nosotros mismos cargados de más energía. El péndulo aprende de cada ir y venir como nosotros aprendemos algo cada vez que salimos y regresamos a casa. Es ese polvo que se nos pega a los ojos que nos nos deja ver cómo vamos madurando y aprendiendo que sabemos poco, y que podemos vivir sabiendo poco y sabemos que contamos con nosotros mismos.

(EL toque arquitectónico). Se me viene la imagen de las escaleras amarillas de Castañeda. Van directo a la punta del cerro. 100% efectividad. 100% lineales. No creo que eso sea la vida. No quiero creer que sea así de fácil. Así de aburrida.El cuerpo humano se acomoda a las pendientes recorriendolas en zig zag. En cualquier lugar del mundo, y en cualquier cultura de la historia, la mayoría de los caminos que suben cumbres van de diagonal en diagonal, formando figuras como las de un péndulo.


Siempre estamos caminando. De un lado al otro, de arriba para abajo, de derecha a izquierda. A veces hay caminos que debemos repetir una y otra y otra vez hasta que aprendamos a caminarlos bien. Creo que lo importante de los caminos, es saber que son caminos, que nos llevan a algo, que tienen un destino, una dirección, y esa dirección somos nosotros mismos. Nuestro hogar no está detrás de esa cerradura en la que metemos la llave que llevamos dentro de la cartera o el bolsillo. Está más adentro, y más cerca. La acción de caminar, valorar, aprender y disfrutar nos lleva de vuelta a nosotros mismos o nos aleja de nosotros mismos.

No me gusta la palabra meta porque generalmente le quita protagonismo al camino. Y durante el camino, me he dado cuenta que el gran ayudante es la disciplina. Ahora pienso en la disciplina no como el chocolate que no te vas a comer, o el cigarro que no te vas a fumar. Lo veo como darle a cada cosa su momento. Hay momentos para descansar, momentos para trabajar, momentos para dormir, momentos para despertar. Cuando caminamos, la disciplina nos recuerda el motivo por el que caminamos. Nos permite desviarnos a recoger una flor, o parar a amarrarnos el zapato, pero nos mantiene con los ojos alfrente. Cuando comenzamos a mirar para atrás, es ahí cuando retrocedemos. No es necesario hacerlo. Si confiamos en el peso de las cosas el camino nos llevará de vuelta a casa. Todo es cuestión de darle a cada cosa su propio tiempo.