Wednesday, February 2, 2011

tiempos

El reloj. tic tac.
Mi reloj. tictactictactictac.
El reloj de la ciudad. tiiiiquitaaaacaaatataaataaTAAAAA.
Una piedra al río, plach (o algo parecido).

La aguja del reloj de sonidos constantes, que generan eco, que aumentan, que aturden.

Una piedra y agua, sonido seco, que empieza de repente y se hace más y más chiquito.

No sé por qué últimamente me he puesto a pensar en el tiempo, o mejor dicho, en los tiempos -ya estoy convencida que hay más de uno. No busco redescubrir la pólvora ni desarrollar alguna teoría de la relatividad, pero después de un fin de semana fuera de Lima, muy fuera de Lima, estoy convencida que hay tiempos diferentes que se mueven de forma paralela.

Estuve en Calabaza, comunidad a dos horas de Satipo. Un día pareció una semana. Todo se movía más lento. YO, me movía más lento. Apareció mi chiquita preguntona llena de ¿por qué? y ¿por qué? pero, ¿y por qué? que quería entender qué estaba pasando físicamente para que el tiempo se alargara. Qué perdida de tiempo. Pensar, es una pérdida de tiempo. No le quito la utilidad, pero cuando se piensa, se deja de mirar, y en el mirar es en donde el tiempo saca la cabeza tímidamente.

Me di cuenta que lejos de la bulla de la ciudad, uno deja de perder el tiempo. Sí, digo perderlo, porque empieza a aprovecharlo de manera real, natural, tangible y poco ambiciosa. Es como si uno, y el tiempo, finalmente se hicieran cómplices en hacer los días más largos.


Mi día a día se mueve a una velocidad construida por mí misma. No creo ser la única. Somos nosotros los que ponemos el pie en el pedal, los que nos hacemos esclavos de las alarmas, los que llenamos la agenda de reuniones y retamos al reloj con nuestros pasos. Somos nosotros los que soñamos en días de 48 horas, siestas de día, noches en vela, y nos asusta quedarnos pegados mirando a la nada. Esa nada que lo es todo. La luna siempre sale de noche.

Sé que detrás de los 60 segundos, de los 60 minutos, de las 24 horas, de los 12 meses y de los 365 días del año hay una explicación científica, astrológica y completamente lógica. ¿Pero no sería más sencillo guiarnos por la pulsión de la naturaleza? ¿Sólo basta quedarte viento cómo se derrite una vela para entender un poquito del tiempo. Qué pena no haber guardado esa lección de años de apagones.

Todo esto podría sonar a un rollo hippie. A veces me gustaría serlo un poquito más y hacer origami con las hojas de mi agenda. Pero la realidad es que no uso una bata blanca y una cintilla alrededor de la frente. Mi reloj se levanta victorioso alrededor de mi muñeca. Es grande y naranja fosforescente, un pequeño monumento al tiempo tic tac. No suelo caminar sin zapatos y mis manos siempre estàn cargadas de demasiadas cosas como para proclamar un peace and love con los dedos. En realidad, no critico mis tiempos porque tengo que aceptar que muchas veces disfruto de la adrenalina de andar apurada, de hacer mil cosas a la vez y tachar las líneas en las listas de mi agenda. Sin embargo, salir de Lima siempre me hace regresar a la misma pregunta... ¿por cuál de las rajaduras del tiempo se nos va el tiempo?

Tuve mi reloj en la mano durante todo el viaje. Mis ojos lo miraron poco, porque habían árboles, había siempre un río como música de fondo, y muchas caídas de agua. Denominador común: la gravedad. Esa misma velocidad que nos jala a todos hacia el centro de la tierra.

Hemos creado un mundo de gravedad cero paralelo, en donde creemos mover nuestras cosas a nuestro propio ritmo. Tal vez la palabra no es propio, sino concertado. Un contrato que va en contra de nuestra naturaleza de esperar los frutos de una cosehca o la época de lluvia.

Cuando cae un papel de basura sobre el río, éste lo carga hasta que alguna piedra decide pararlo. Nunca he visto una mano gigante salir del agua y tirar ese papel lejos. El agua tiene demasiado ritmo como para romperlo por una insignificante imperfección.

Cuando una flor crece, se toma su tiempo. Cuando un árbol se marchita, lo hace de a pocos, y muy pocas veces hay vuelta atrás. Todos son procesos naturales marcados por una misma pulsión. Y nosotros, tenemos en esencia ese mismo ritmo, ese mismo tiempo que se pierde cada vez que dejamos de ver el poquito de verde que hay a nuestro costado. Sólo basta con quedarte pegado al mar para darte cuenta que en cuanto a tiempos, nos estamos equivocando. La mayoría de nuestro cuerpo es agua.

¿Por qué el apuro por hacer, por dejar de hacer, por crecer, por enamorarnos? En qué parte del cerebro está el tic tac tic tac... en el derecho o en el izquierdo? No importa, porque al final, todo siempre cae por su propio peso. Tendremos la manía de querer abrir el libro por la última página, pero en realidad, el final lo construye la gravedad con poca imaginación y mucha paciencia.

Este post hace honor al tiempo que se mantiene constante en el ir y venir de nuestros propios tiempos y le pide al tiempo que regrese tal y como es: lento, básico, constante, pensativo y sabio. Creo que se perdió entre los pasadores de alguno de los zapatos con los que quise caminar sobre el agua sin darme cuenta que realmente estaba haciendo es flotar y sin cinturón de seguridad. Hay una gran ironía detrás de nuestro afán por aprovechar un tiempo que finalmente perdemosm que se nos escurre por las manos y teclados...

Tal vez no hemos aprendido a mirar el mar lo suficiente. Tal vez, hay que dejar de jufar sapito con piedras que revbotan sobre el agua. l

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