Sunday, April 21, 2013

Agallas y tiempos

Regreso a este espacio después de unas vacaciones de escribir. Cada vez me doy cuenta que las palabras se quedan chicas para explicar ciertas cosas. Pero haré el intento una vez más.

Hace unos meses colgué aquí el poema Despacio de Alberto Morell.
"Despacio, poco a poco, constantemente. Porque no tener tiempo es como no tener nada. Y porque ir despacio no significa no llegar, sino llegar, de la mejor manera posible..."

Ayer, un amigo me hablaba del poema. 
Y qué pasa con las agallas? - Me preguntó.
En ese momento, había bulla, y no pude responder.

Anhelamos algo... profundamente, realmente, de corazón. 
Aparecen dos opciones:

1- Los ritmos del universo: 
la confianza en que todo pasa por algo: 
el fluir: desapego que podría convertirse en apatía: 
si algo no funciona, pruebo otra cosa: 
nada es tan importante: 
lo importante es que lo intentaste: bla bla bla... 
un discurso que ayuda a desprenderse de lo no-tan-importante pero que puede justificar la flojera y el miedo. Muchas veces, es un discurso elegante para salir corriendo de los obstáculos.

2- La determinación que bordea el capricho:
la necesidad de control:
meter círculos en triángulos: forzar:
conseguir lo que se quiere a costa de uno mismo: 
correr hacia la meta: camino recto que descarta la sorpresa: 
no hay tiempo:
no me voy a rendir: bla bla bla..

De los dos discursos hay muchos libros de auto-ayuda.

Prefiero los puntos intermedios.
En realidad, no sé si me gustan... confieso que preferiría conseguir lo que anhelo a mi manera y rápido. Pero el ensayo-error me ha hecho darme cuenta de que así no funciona. No todo se puede mover a mi ritmo porque mis anhelos, entran dentro de un tejido de muchos otros anhelos. Si todo está conectado, cómo podemos esperar que todo pare para que lo nuestro se concrete? El deseo puede depender de nosotros. El anhelo, se escapa de nuestras manos. Es mucho más grande que nosotros mismos. Hay que tener aprender a paz-ciencia... simplemente, porque no queda otra. Y la paz-ciencia, como toda ciencia, puede permitir explicar muchas cosas.

Es un regalo encontrar algo que anhelas. Querer, es simple. Anhelar viene del alma.
Y cuando eso sucede, como diría Coelho, el universo conspira.
A su tiempo. Y nosotros, nos alineamos con ese tiempo. 
Despertamos todos los días con la voluntad de aportar a ese gran proyecto que si es universal, trasciende de nosotros mismos.

La fuerza del ser humano puede sorprendernos. Somos mucho más poderosos de lo que creemos. Pero es una fuerza limitada. Al final del día necesitamos dormir, comer, nos cansamos, nos rendimos por ratitos y nos volvemos a parar.

La energía del universo es ilimitada. Basta con mirar el mar, el cielo, cómo crecen las plantas. Es infinita. Y en su inmensidad, hay una noción de velocidad mucho más real que la de las computadoras. El universo NO va lento, pero SI va despacio. Y por eso, hace las cosas de la mejor manera posible.

Tanta velocidad forzada nos ha hecho creer que podemos ir a un ritmo que trasciende lo natural. Creemos que podemos alcanzar las metas lo antes posible. Para ayer. Y en esa fantasía, muchas veces nos quedamos como un perro tratando de morderse la cola: damos vueltas en círculos. Nos frustramos. Y es eso lo que nos hace rendirnos. El cansancio. El aburrimiento. La impaciencia. Y terminamos en ese punto 1 del que hablaba al comienzo. 

Las agallas para mí son valentía, fe y paciencia... todas ellas como motores de una pulsión interior que viene de adentro. Una pulsión que te hace creer en lo imposible. Las agallas no son velocidad, sino más bien, confianza en uno mismo y en que el universo va a conspirar si corresponde.

Así, entre la meta y nuestra voluntad de conseguirla (una voluntad que no tambalea), hay un vacío que lo ocupa otra energía mucho más poderosa que la nuestra. Si nos alineamos a ella y a sus ritmos, podemos alcanzar lo inimaginable. Aprendemos a distinguir cuándo actuar y cuándo soltar. 

Creo que para anhelar cosas grandes, para alcanzar metas, para construir sueños, le desapego -no la apatía- es la brújula que permite entender que el camino sobre el que vamos es mucho más profundo que la tierrita que marcamos con nuestras huellas. Es tridimensional. Complejo. Perfecto. Y llevo de vacíos que se escapan de nuestro control. Y el control. sólo funciona para prender y apagar la tele.

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