Monday, January 2, 2012

Una vida, muchos maestros

Cuando uno abre los ojos descubre que todo es aprendizaje. Todos son aprendizaje. Uno es aprendizaje.

Hoy decidí empezar el nuevo año nadando, o por lo menos, intentándolo. Iba y venía en largos de 25 metros mientras me daba cuenta que había pasado más tiempo de lo que pensé desde la última vez que nadaba. Mi cuerpo me hizo recordarlo cuando los brazos se iban cansando después de una tercera piscina. Dos carriles más a mi izquierda había un señor nadando. Mentiría si dijera que había percibido que estaba ahí. Pero al parecer, él sí vio mis intentos de nadar con fluidez y decidió intervenir. Me dijo, ¿puedo sugerir algo? Yo abrí la puerta y lo dejé entrar.(Uno sólo aprende cuando quiere. Cuando uno realmente quiere aprender algo, escucha. Esa es una de las lecciones más importantes que el yoga le da a uno a diario.)

Su primer consejo fue sobre mi estilo libre. Me dijo que nadaba con mucho cuidado, casi como si no quisiera tocar el agua. No sólo metas los dedos. "Mete el codo, el hombro, ponle más intención a cada brazada". Sus consejos, para mí, calaban más allá de una simple lección de natación.

Le hice caso. Desde lejos subió los dos dedos gordos y me puso mi estrellita en la frente. Avancé un par de largos de 25 metros en libre, y pasé a espalda.

Segunda corrección: "mueve los brazos más rápido. Cuando uno está arriba, el otro está abajo". Y así lo hice. Un cambio chiquito hizo una diferencia enorme en mi avanzar. Nuevamente él me hablaba más de la vida que de la natación.

Pasé al estilo pecho. Y desde su carril volvió a intervenir. Con dedicación, me explicó que para nadar pecho no puedo estar nadando mirando siempre al frente. "Hay que sumergir la cabeza como una avestruz, sacarla para avanzar, y volverla a bajar para tomar impulso". Dicho y hecho, avancé mucho más rápido.

Tres lecciones en menos de media hora. Un sólo maestro. Se llamaba Clifford. Un día cualquiera. Tal vez no tan cualquiera por ser el primer día del año luego de haber pasado año nuevo rodeada de otros maestros. El nadador me dio lecciones de cómo avanzar, cómo fluir, cómo invertir energía para ser más efectivo en lo que uno hace. Yo ya venía de recibir lecciones gratis de felicidad por año nuevo y había estado pensando en maestros silenciosos. Fue por eso que a él no lo vi como una interrupción sino como un puente.

No recibí el año nuevo en ningún ashram. Estuve en el Carmen, Chincha. Un nuevo libro que me autoregalé por navidad sobre psicología de la felicidad se quedó en la maletera del carro porque en ese momento las lecciones venían de un niño que corría con una pelota de arriba para abajo en la calle, y de una niña que bailaba marinera con un papel que corté de un cuaderno. Pasé una noche rodeada de gente que parece vivir satisfecha con la vida. Cada uno de ellos, a su manera, era la introducción, el prólogo, el capítulo uno, dos y tres, los pies de pagina y el final feliz de un libro. En el Carmen hay gente que baila desde el corazón, que tiene inteligencia propia en los pies y que te abre los brazos sin contar los centímetros de lo que dan. Hay dientes que sonríen enseñanzas más reales que cualquier libro de autoayuda. Hasta el aire parece tener más oxígeno. Hay pura filosofía de vida escondida detrás de casas de ladrillo y colores simples.

En agradecimiento a ellos, a mi nuevo maestro de natación y vida, y a los que ya se cruzaron por mi vida dejando algo nuevo que aprender desde que comenzó el nuevo año, me gustaría volver a abrir los ojos de Angieland al conocimiento que sale de todos lados y por todas partes. Me gustaría poner en un mismo plano los conocimientos que vienen de un papel, de una charla, del interior de una mirada, de la sombra debajo de una nube o detrás de una puerta. Porque fue detrás de una puertan una casa donde nos quedamos en el Carmen, que alguien había escrito una frase que decía algo como esto:

Al que sabe que no sabe, instrúyelo.
Al que no sabe que sabe, descúbrelo.
Al que sabe que sabe pero no hace alarde de lo que sabe, síguelo.

Creo que cuando uno se da cuenta que todo lo que pasa por el frente es una oportunidad para aprender se da cuenta que la vida es siempre exitosa porque está cargada de aprendizajes. Cuando uno aprende, da gracias. Cuando surge una verdadera gratitud por cualquier piedra en el zapato o persona que no nos da lo que esperamos, regimos el éxito por la calidad de las experiencias que vivimos y no por los resultados. Así nos damos cuenta que uno nunca pierde, y si pierde algo, es algún aprendizaje que se le pasó por el frente por haberse tropezado con la queja, la apatía, la exigencia y la ceguera.

Creo que cuando aprendemos simultáneamente de los libros, de las personas y de la naturaleza finalmente descubrimos que nuestro mejor maestro somos nosotros mismos y que las mismas lecciones nos llegan por distintos caminos y a través de distintos maestros. El maestro es el que hace de la información, una lección, y de las personas, alumnos. Si nos hacemos alumnos de todo y de nosotros mismos, pedaleando desde el ensayo y error, nos sumergimos en un intercambio constante de lecciones, la rutina desaparece y los objetivos dejan de ser objetos estáticos como cuadros que cuelgan de una pared. Todo se hace de tres dimensiones y nosotros vivimos más felices porque aceptamos todo lo vivido como perfecto.

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