Sunday, October 31, 2010

un poco de mucho en mi cabeza de domingo

A veces, en algún momento cuando somos niños, decidimos ver las cosas de una manera que cambia nuestra perspectiva de las cosas a lo largo de nuestra vida. En nuestra cabecita inocente, que mira a todo y todos con ojos de ilusión y sorpresa, construimos realidades idealizadas cargadas de mucha esperanza y responsabilidad. Le ponemos fe y capas de superman a las personas y hacemos el esfuerzo por ser como grandes sin saber lo que realmente eso significa. La madurez viene justamente con dejar ir la necesidad de demostrar que eres grande y aceptas que tienes respuestas para muchas pocas cosas. Resulta irónico que lo diga mientras trato de dar respuestas a muchas cosas...

Ayer encontré algo en mi pasado que ha estado marcando la manera en que me relaciono con otros hasta el día de ayer (hoy ya soy conciente de ello, por eso, puedo decir que he dado un pacito al costado para verme desde afuera). No viene al caso explicar los detalles del descubrimiento. Al final, no es ningún estigma tan grave ni una herida tan grande. Puedo decir con mucha gratitud que tuve una infancia feliz. Hablo simplemente una forma de mirar el mundo que se formó cuando era chiquita que en ese momento adopté como real. En realidad, era solamente mía, pertenecía sólo a mi mundo, y al descubrirlo, he visto que hay muchas otras maneras de ver las cosas.

Sé que esto suena un enredo. Sólo quiero compartir lo que se siente en ese momento en el que de repente, una verdad tan simple, se traslada a la forma de una oración que toma sentido propio, no linguistico, sino emocional. El silencio que viene después sólo carga el eco de esa pena y alegría que carga la nueva verdad descubierta.

Mejor dicho, se sienten las dos cosas al mismo tiempo: alegría y pena, pena y alegría. De fondo se escucha la música de una gran gratitud por la conciencia adquirida. Alegría porque todo descubrimiento personal vale tanto como el de Cristóbal Colón... pena porque de repente te das cuenta que en algún momento de tu infancia, decidiste amarrarte un pasador al otro. En tu inocencia de niño, algo te hizo elegir un camino de tropezones. Inofensivamente, por protegerte o por proteger, optaste por el autosabotaje como medio de transporte.

De repente, sorpresa, sólo has estado tropezando porque tu elegiste amarrar tus zapatos así. Nadie nunca intentó meterte cabe.

Lo feliz del asunto prima sobre lo triste, porque siempre, descubrir la razón de una derrota, es una gran victoria. Como aprendí de Bikram, siempre hay paz detrás de la lucha.

Hablando de luchas, he encontrado la imagen de un espacio, o mejor dicho, un recorrido, que le da sentido a los 90 minutos de una clase de yoga. Encontré un punto de conciliación entre mis dos pasiones, yoga y arquitectura.

Una clase es como pararte alfrente de un castillo enorme. Uno de esos con puertas gigantescas de madera rústica, torres, con una zanja a su alrededor y un puente que te marca el camino de ingreso. EL portón se abre o cae sobre el suelo, suena el sonido del metal oxidado, y aparece ante uno el interior de un castillo de cuartos, pasadizos, luces, sombras, ecos y jardines. El recorrido suele ser desde lo más público, a lo más privado; de lo más accesible, a lo menos accesible; de lo más conocido a lo menos desconocido; de lo que le pertenece a todos, a lo que le pertenece a uno mismo. Una clase de yoga es eso, un recorrdo hacia adentro de uno mismo. A veces te quedas a la mitad del camino, deambulando por pasadizos. Algún pensamiento de desvía la atención. Es más, generalmente pasa eso.
Pero otros días, ves el camino más claro, abres puertas, cierras otras, recorres habitaciones que ya conocías y las vuelves a conocer, y sigues caminando, y hay más puertas, y más puentes que se abren, y al final de 90 minutos, llegas a un cuarto que por su luz no te deja ver ni paredes, ni techos, ni sombras, ni ecos.... lo único que se escucha es un sonido de mar en el fondo. Algo así es llegar a un buen savasana, en donde a ojos cerrados, ves pura luz.

Realmente qué lindo es el yoga.
Muchas veces me preguntan por qué hago yoga...
sale la lista de cosas buenas: flexibilidad, fuerza, salud, meditación, calma mental...

en realidad, es mucho más simple que eso:
me hace mejor persona.

Cuando uno es de esas personas que siempre soño con poder cambiar el mundo, o algo en SU mundo, descubrir que la mejor manera de empezar es por uno mismo hace que cambies de herramienta: dejas la super capa que tenías encima y la cambias por un pico, una pala y una brochita. Los procesos personales son como la arqueología. Hay que desempolvar mucho para encontrar un sólo gramo de oro.

Si el mundo es una extensión de nuestro cuerpo, y si nuestra energía genera un campo alredeor nuestro, es cuestión de física entender que ajustar nuestras vibraciones internas tiene un impacto en el aire que nos rodea, ese aire que compartimos con los demás, es el alcance al que realmente llega nuestra habilidad de cambiar el mundo. No es insignificante si pensamos en que todos tenemos esa segunda piel alrededor nuestro por la cual podemos intercambiar más que palabras.

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