Sunday, November 14, 2010

ego:

Me preguntaron qué era el ego el otro día y no supe responder. Sólo sabía que molestaba, que tenía algo que ver con las expectativas de los demás sobre nosotros mismos, y que nos impedía ser quienes realmente somos. Ego = estorbo para ser feliz.

Le pregunté a alguien que sabe responder con palabras simples, sin muchos sin embargos, puesto ques, atentamentes y floro.

Me explicó que todos tenemos un niño interno. Sí, algo que ya hemos escuchado sin prestarle mucha atención. No es el niño que a veces debemos dejar salir para correr riesgos, jugar... no es sólo eso. Es el niño que no tiene miedo de ser, expresar, llorar, comunicar. Es nuestro ser incoherente, el que no se rige por los patrones sino por las ganas de explorar y dejarse llevar por el clima. Si quiere llorar, llora. Si quiere esconderse, se enconde. Si quiere abrazar, abraza. Si no quiere saludar, no saluda. Si quiere gritar, grita. Y si no quiere comer, se queda sobre la mesa hasta que el avioncito se queda sin gasolina.

Ese niño es la realidad sobre la que ponemos, como me dijo esta amiga, un ¨patchwork¨ de telas hechas con experiencias. Si no somos concientes, esas telas se hacen coraza, después cáscara, y si no nos cuidamos, roca. Esa muralla que vamos construyendo alrededor del niño, va tapando ventanas, escapes, lo encierra, lo asfixia. Ese es el ego. Si nos dejamos envolver, empezamos a vivir en una realidad construida que es sólo nuestra y de nuestra imaginación. Nos aislamos del mundo real.

¿De qué se forma la capa?
De eco. Del eco que tiene todo lo que vamos haciendo a lo largo de nuestra vida. Es el eco que se forma de las opiniones de los demás cuando hacemos, o dejamos hacer algo. La aprobación o desaprobación de los demas nos hace poner la etiqueta de¨esto está bien¨ o ¨esto está mal¨. Tal vez la primera etiqueta que ponemos, antes de bien y mal, es que si hacemos las cosas de acuerdo a lo que otros esperan, recibiremos amor, cariño, reconocimiento y estrellitas en la frente. Así, con el eco de cada acción, dejamos de hacer lo que queremos. Nuestra necesidad de ser se cubre por nuestra necesidad de aparecer ante los ojos de los demás. Mientras más nos aprueban, más válidas hacemos nuestras acciones. Así, nos hacemos esclavos de la aprobación de los demás. De repente, somos nosotros mismos los que ponemos expectativas sobre nosotros mismos, y cuando no logramos lo que queremos, el castigado es el niño que llevamos dentro.

Autosabotaje. Construimos una muralla, encerramos un niño, le cortamos las alas y le recriminamos no hacer las cosas que nunca aprendió a hacer. Felizmente el niño se queda adentro inocente, puro, indefenso. Esa esencia no cambia, sólo la cubrimos. Por eso, siempre en el fondo, nunca hay una total satisfacción. Porque alguien queda insatisfecho. Nuestro yo.

¿Bonita explicación, no?

En realidad, la verdad es bien simple, y en la mayoría de los casos, se puede dibujar... hasta por un principito.

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